viernes, 27 de enero de 2017

Hoy no me ha importado madrugar

Cada vez lo tengo más claro: el viernes por la mañana es el mejor momento del fin de semana. Y, por extensión (ya que, aunque nos guste el trabajo, también nos gusta descansar), de la semana entera. Como sé que es una teoría que no suele gozar de igual aceptación entre la gente con la que lo comento, voy a intentar explicarme al gran público: ¿por qué existen las decepciones? Porque los humanos realmente somos capaces de disfrutar más de la idea de algo que va a llegar (una película, un viaje, un ligue, un helado…) que de la cosa en sí; seguro que algún filósofo o sicólogo le ha puesto nombre a esto ya… El viernes por la mañana pues, como el huerto de Fray Luis, contiene, encierra y condensa la esperanza del fin de semana que está a punto de llegar; ya sea un fin de semana lleno de planes o uno con la única idea de desconectar un poco de la rutina. Sea como fuere, los viernes me levanto siempre con muchas ganas; y seguramente sea algo más mental que real, pero siempre me parece que el día se despierta más luminoso y alegre, que la gente está más contenta y que los pájaros se dejan ver mejor. Qué ganas tengo ya de que llegue el siguiente…

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