viernes, 15 de diciembre de 2017

Un viaje a pedazos

¡Gracias a Dios, que puedo escribiros ya! No tanto porque tuviese mucho mono de blog (que también), sino porque eso es señal de que estoy sentado en una mesa, con el ordenador y con conexión; señal de que ya estoy en casa, vaya. Lo que es de agradecer, pues me ha llevado tanto tiempo llegar hasta aquí que ya casi se me olvida que el viaje  tenía un destino concreto...

Viaje que, de hecho, comenzó incluso antes de tiempo. Éramos tres los que nos íbamos: Juan, terminada su estancia predoctoral, se volvía ya a Murcia. Carmen a Suiza, aunque vuelve en febrero; y servidor aquí con vosotros. Los tres viajes empezaban con un primer vuelo entre Bloemfontein y Johannesburgo, vuelo que en el caso de mis compañeros era a las cinco, y el mío a las seis y media. Pero por despedirme de ellos (y porque así Carmen me acercaba en coche al aeropuerto...), les acompañé, y llegamos allí a eso de las tres y cuarto. Ahora bien, entre Bloemfontein y Johannesburgo hay sobre el papel varios servicios de vuelos al día, pero como no es que sea un servicio muy demandado, no es raro que a uno le acaben cancelando un vuelo y haciéndole coger el siguiente para que así vayan los aviones más aprovechados... A nosotros nos pasó lo contrario: quedaban plazas en el vuelo que salía a las tres y media, y antes de que nos diésemos cuenta estábamos ya con la maleta dentro del autocar con alas que une las dos capitales y que daba cabriolas de contento cada vez que le llegaba la más mínima brisa de costado.

A Johannesburgo yo llegué ya cargado de paciencia, porque había recibido un aviso esa misma mañana de que mi vuelo a Londres saldría, no a las diez, sino a las dos de la mañana, porque el avión que ahora estaba bajando ahora desde Europa había salido ya tarde de allí. Y falta me hizo la paciencia, pues una vez en el aeropuerto la situación en los mostradores de British Airways era dantesca: a resultas de las nevadas de principio de semana, los vuelos de la compañía colapsaron un poco por todo el mundo, y mientras en que los mostradores de otras compañías se respiraba paz y tranquilidad, los míos eran un hervidero de gente intentando subirse a algún avión, pues a algunos les habían cancelado sus vuelos y estaban a la espera desde más de día y medio antes... No me llevó mucho más de tres horas de cola conseguir mis tarjetas de embarque, en todo caso, y la pena que tuve de no poder despedirme ni de Juan ni de Carmen la compensé con el entretenimiento de atender a trámites burocráticos ministeriales a 10.000 Km de distancia...

La pobre Carmen, preguntándome a intervalos regulares "¿Qué tal vas?", hasta que ya tuvo que despegar...
 ... pues, maravilla del sentido de oportunidad, en la horas anteriores al viaje me llegaron dos respuestas a artículos (con revisiones mayores y menores), y una petición de enviar urgentemente un CV. Y si ya el CVN es un producto demoníaco en condiciones normales, conseguir usar la aplicación web para generarlo en el móvil, haciendo cola mientras a tu alrededor se desata el peor caos aeroportuario, tendría que contarme como un mérito más para las acreditaciones académicas y para el debe/haber de las cuentas del Purgatorio... en fin. Suerte que no fueron dos, sino tres, las respuestas a artículos; y que la tercera al menos era un "Accepted" :-)

Bueno, conseguí finalmente hacerme con las tarjetas y pasar los controles de seguridad, y ya solo me quedaba esperar de ocho de la tarde a dos de la mañana para coger el avión... Una vez que se fueron cerrando tiendas a restaurantes y la terminal se fue vaciando de viajeros más dichosos que nosotros, me dediqué a ver capítol tras capítol de APM, que últimamente estamos teniendo Joaquín y yo mucha actividad con los otros postdocs, y se me acumulan las cosas que ver desde hace semanas...

I! Indá! Indapandensiá...!
Despegamos finalmente (a las tres en vez de a las dos, total ¿qué más daba ya?), y al revés que al venir, allá por mayo, esta vez sí dormí algo en el avión; imagino que el cansancio acumulado ayudó algo... Los de BA en todo caso decidieron matarnos de hambre, y no nos dieron nada de desayunar hasta pasadas las doce de la mañana (las once aquí, y las diez en Inglaterra; llevo un cacao horario ahora mismo bien majo...). Pero al poco iniciamos ya el descenso, y los campos verdes delimitados por setos, y las masas de árboles desnudos de la Europa caducifolia, pintaban ya un paisaje mucho más acorde con el espíritu prenavideño. Solo el intenso frío, al bajar del avión, me hizo arrepentirme un poco de haber dejado pasar la oportunidad de experimentar una Navidad de manga corta...

No tuve mucho tiempo de pasar frío de todas maneras, porque llegaba con el tiempo tan pegado al culo a la conexión que casi me quedo en tierra. Me dejaron sim embargo entrar, y dos horas y pico de lectura y siesta con que engañar al hambre más tarde, volví a la ciudad donde regresa siempre el fugitivo...

... sin maleta, claro está. A ver si aparece hoy.

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