sábado, 30 de diciembre de 2017

A costa da Vela

La baliza roja de punta Robaleira, en el extremo sudoccidental de la península do Morrazo, que delimita las rías de Pontevedra al norte y de Vigo al sur. Y de frente, Monteagudo, la más septentrional de las islas Cíes, frenando la entrada directa de los temporales a la ría de Vigo, pero produciendo a cambio un canal de corrientes muy fuertes y peligrosas entre ella misma y este extremo del continente.

 Mirando hacia el sur, la playa de Melide, una de las que más fama de paradisíaca tiene en la comarca, y que por lo tanto en verano se llena de gente, a pesar de que queda bastante retirada. Cuando nos acercamos hace un par de días en cambio estaba desierta, y apenas sí se veían marcadas sobre las dunas las huellas de los que habían ido antes a pasear a sus perros, y las de los jabalíes que bajando aun antes del monte se habían acercado a ver qué dejaba la marea.

 Y mirando hacia el norte, el cercano faro de cabo Home, del que nos separa una costa rocosa de esquistos que, contrariamente a los perfiles muy redondeados de las rocas graníticas de la costa que da a la ría de Pontevedra, aparecen muy laminados, dejando riscos puntiagudos contra los que se despedazan de vez en cuando barcos, pescadores y percebeiros.

 Y mirando de cabo Home hacia el norte, una panorámica más completa de la región donde nos encontramos, la costa da Vela. Al fondo, los acantilados de 150 m de Donón, de los que veníamos y a los que nos dirigimos en lo que queda de entrada.

 Una corredoira empedrada hace muchos siglos, y sobre la que el paso de innumerables carros de eje estrecho y cantarín fueron dejando su marca en la piedra, conduce hasta lo alto del monte do Facho desde la pista de pierra que va bordeando todo el extremo de la península.

 En la cumbre, las ruinas del antiguo castro de Beróbriga, con los restos de algunas casas aún en pie, otros muchos caídos como en un canchal ladera abajo, y muchos más aún formando hoy en día parte de los muros de las fincas y las casas de las aldeas del fondo de la ladera.

 Aparentemente, según los historiadores, los restos actuales pertenecen a un asentamiento ocupado en los siglos a caballo de la primera Navidad, que sustituyó a uno anterior de mayor tamaño, y que evolucionó hacia el S. II en básicamente un santuario a Berobreo, una deidad local al que están dedicadas las aras votivas que se han desenterrado allí por centenares y que se conservan en su mayor parte en Vigo.

 Ya en fecha muy posterior, una garita de vigilancia bonita de ver, pero en la que no debió de ser demasiado acogedor hacer guardias, vino a añadirse al conjunto en lo alto del monte.

 Buenas vistas, las que tuvieron los habitantes locales aquí a través de los siglos: de las rías de Vigo, Pontevedra y Arousa, de Ons y las Cíes... pero sobre todo en días como en el que fuimos, pienso en el viento y la humedad perpetua, en el frío, y no les arriendo la ganancia...

 Aunque a algunos les compense, claro, como a los bisbitas pratenses Anthus pratensis que nos llegan por centenares de miles cada invierno desde Centroeuropa; los gallegos normalmente volando directos desde las islas Británicas. Este parece estar siendo un buen año de paseriformes invernantes por el norte peninsular, con números de zorzales, pinzones, bisbitas y demás que hacía tiempo que no se veían. Pena que yo siga bastante pocho...

...porque sí, a punto estuve de no haber ido a ver a Raúl, y muchas veces me arrepentí a lo largo del día, doblado por el dolor de estómago que ayer me tuvo de nuevo casi todo el día fuera de uso. Pero oye: espero recuperarme antes de volver al verano austral, que ya no me queda nada, pero precisamente por eso tengo que esforzarme y aprovechar para ver a cuanta más gente mejor. Habéis sido mi soporte en 2017, y en 2018 os voy a necesitar aún más, así que ¡nos vemos el año que viene!

No hay comentarios:

Publicar un comentario