domingo, 4 de septiembre de 2016

San Juan de Gaztelugatxe

Aunque en la entrada de ayer os hablaba de Machichaco, en realidad el sendero que junto a tantos brezos pasaba tenía como destino la ermita de San Juan de Gaztelugatxe, situada en una isla cercana unida a tierra firme mediante una pasarela de piedra.

 De camino, y haciendo sobra a los brezos, se mezclaban a cada paso elementos florísticos de lo más variado. Encinares cantábricos a veces, allí donde las rocas eran más básicas, y robles melojos en cambio allí donde tiraban más al ácido.

Y elementos centroeuropeos como este roble albar también, recordándome que ya estábamos casi con un pie en Francia.

 Pese a la concurrencia de visitantes propia del verano, la verdad es que lo agreste del lugar impresiona, incluso yendo yo ya bastante sobre aviso de cómo era la zona y de lo que me esperaba encontrar.

 La zona tiene además un interés geológico notable, lo suficientemente llamativo como para que los que apenas sabemos nada lo mirásemos con cierto detenimiento. Enclaustradas entre materiales geológicos de otras épocas, como el que forma la propia isla, aparecen esas láminas que se ven en la foto, el modesto extremo del flysch de Zumaya: la colección de capas de sedimentos duros y blandos que, como páginas de un libro, recogen al detalle la historia de varios millones de años de la tierra, incluyendo la pequeña banda negra de ceniza y restos de meteorito que marca el límite entre el Cretácico y el Terciario. Me quedé con bastantes ganas de haber visitado también los acantilados de Zumaya, pero el viaje dio para lo que dio (¡lo siento, Raúl!), y ya tendrá que ser en otra ocasión...

 ... pues en ésta, como adelantaba ayer, lo que buscábamos tenía patas: era una lagartija bastante particular. Y puede que este juvenil al abrigo de una roca no os llame especialmente la atención...

 ... pero ya, si os saco un macho adulto, enseguida os daréis cuenta de que es un bicho notable; uno que además ya habéis visto en el blog: una lagartija de las Pitiusas Podarcis pityusensis.

 ¿Qué es lo que llevó a alguien a coger lagartijas en Ibiza y soltarlas en Gaztelugatxe? Ni idea, pero el caso es que llevan ya varias décadas siendo dueñas y señoras del islote, del que hicieron desaparecer a las lagartijas roqueras que antaño vivían en él. ¿Y si les da por cruzar al continente, seguirían su proceso expansivo? Es difícil saberlo, pero no creo: en tierra firme hay culebras, culebras como las que hicieron desaparecer de Mallorca y Menorca a su especie hermana la lagartija balear, y que puede que repitan la hazaña en Ibiza, tras llegar a lomos de esos olivos centenarios que se ha puesto de moda arrancar para llevar a morir a otro lado. En fin, imaginándonos que están confinadas en su peñasco, inopinadamente adaptadas al clima vasco, podemos disfrutar de ellas sin mayor remordimiento. Los machos la verdad es que son preciosos.

 Y las hembras, aunque más discretas, no les van a la zaga.

 Por fin, 271 escalones y varias lagartijas más tarde, llega uno a la cima del islote y a la ermita. Ermita que curiosamente los de los pueblos del entorno se reparten varios días al año, para celebrar sin mezclarse sus respectivas romerías.

Tras salir el jueves de Madrid y descansar algo por la tarde en la playa de Bakio, el viernes empezábamos en San Juan la parte más naturalística de nuestro viaje al norte con muy buenas sensaciones: paisaje precioso, y el bicho que nos hacía gracia encontrar visto en cantidades industriales. Y lo bueno fue que el resto del viaje siguió la misma tónica...


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