viernes, 29 de julio de 2016

Bellezas exóticas

Capuchinas Tropaeolum majus, americanas
Creo que ya insistí en la entrada de ayer largo y tendido en el tema de las especies exóticas que medran en Azores por todas partes, pero la verdad es que el tema llama tanto la atención en directo que me da de sobra para otra entrada...

El carácter exótico de algunas especies resulta evidente, si acaso tanto más cuanto, por estar acostumbrado a verlas tan modositas en los jardines, sorprende aquí ver las hortensias desmadradas, casi cual mimosas en Galicia. Con un criterio estético bastante loable, las hortensias se emplearon en estas islas como setos con los que bordear caminos y separar fincas, y vistas las islas desde el aire, la red azul-blanquecina que delinean resulta en estas fechas más que evidente.

Otras especies en cambio por desconocimiento resultan al principio muy atractivas: me pasó con este Polygonum, que vi tan primorosamente integrado en el muro sobre el que crecía que le saqué algunas fotos, esperando confirmar más tarde en Internet que fuese algún asunto endémico que me alegrase de haber retratado... y que resultó ser P. capitatum, una especie del Himalaya usada en jardines como tapizante.

Una lantana: otro mal bicho, que crecía en este caso enraizada en las grietas del muro del centro de congresos...

... pero que no os muestro tanto por la planta, como por lo que trepando por ella me encontré, atenta tanto a los insectos que acudían a las flores como a alimentarse ella misma de néctar y polen: una lagartija de Madeira Teira dugesii.

Como podéis sospechar por el nombre, la lagartija de Madeira tampoco es propia de Azores, sino que en origen era endémica de ese otro archipiélago portugués. Siglos de comercio entre islas y con el continente han hecho que inadvertidamente haya colonizado este otro archipiélago, y además la zona del puerto de Lisboa. En todo caso, al ser originaria de otro enclave macaronésico, no se la veía aquí tan fuera de lugar, y he de confesaros que de hecho era de las cosas que más ganas tenía de ver durante este viaje. Una hembra en esta foto, con la coloración "típica" de tantos lagartos europeos: dorso claro y una banda más oscura (casi negra en este caso) a lo largo de los costados.

Y un macho en esta otra, de color uniformemente reticulado entre negro y gris verdoso brillante. Como suele suceder con las lagartijas en islas, las lagartijas de Madeira en Terceira eran muy abundantes y muy descaradas y curiosas: se las veía trepando y peleándose por todas partes, tratando de hincarle el diente a cualquier cosa que pareciese mínimamente comestible, dedos de congresistas despistados incluidos; y me encantaron, como bien sabía que iba a pasar. Porque está bien haber vuelto ahora al tema de los parásitos, tener una postdoc donde por fin cobro un sueldo decente y todo eso, pero ¡echo bastante de menos trabajar con lagartijas!

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